Todos los mexicanos conocemos el Pipián como un mole color anaranjado que resulta de la combinación de chile guajillo, chile ancho colorado y un toque de chile chipotle. Sin embargo yo conocí a un Pipían que no tenía mucho de mole y sí bastante de chile.
La primera
vez que coincidimos, los dos éramos muy jóvenes e inexpertos en lo que se
refiere a los medios masivos de comunicación y diez años después el destino nos
volvió a reunir.
Desde
aquella primera coincidencia su aspecto aparentaba cierto descuido, y el look
hippiosón con los años lo cambió por uno más grunge vistiendo jeans holgados de
corte a la cadera, que dejaban escapar el resorte de sus boxers, y el
dobladillo deshilachado cubría sus tenis tipo Vans. Sus playeras siempre eran en
colores oscuros y por lo general llenas de símbolos que bien podían decirlo
todo en un idioma antiguo, como podían no decir nada y ser simples expresiones
de grafiteros o bandas de rock. La barba de candado la dejó expandirse y ahora
cubría la mitad de un rostro que, seguramente debajo del vello espeso, es mucho
más amable y hermoso pudiendo con ello resaltar mucho más el pequeño piercing
que tiene sobre una de sus fosas nasales.
Cuando el
destino nos presentó yo estaba completamente dedicada a mi trabajo, y fue la
razó por la que en aquel entonces jamás le presté atención, ni a él ni a ningún
otro hombre; pero si algo me enseñó la vida fue a interpretar sus señales, y el
colocar a mi mejor amigo en la misma oficina que al Pipían, era una de ellas.
Todo empezó
por un comentario que él le hizo a mi mejor amigo… “Tengo ganas de acostarme
con una vieja que tenga unas chichotas…” Conociendo de antemano mi atracción
por su compañero de trabajo mi amigo de inmediato me sugirió como una buena
opción; pero él caballeroso y respetuoso como siempre decidió eliminarme de su
lista de posibles candidatas para satisfacer su antojo. Cuando me enteré de
dicho comentario decidí intervenir un poco para hacerle cambiar de parecer. Esa
misma noche, al llegar a mi casa, abrí mi correo para enviarle un mensaje:
“Pipián, me
dijo un pajarito que tú quieres algo que (modestia aparte) yo tengo de más.
Quiero decirte que en nada podría afectar nuestra amistad, por el contrario,
nos puede ayudar a conocernos mejor…. Piénsalo, medítalo… y si quieres nos
podemos ir a tomar un café para platicar al respecto, como dos adultos que
somos.”
Pasaron
cinco días y no recibí respuesta de su parte. El domingo por la tarde, como la
mayoría, estaba recostada en mi cama ejercitando mis dedos mientras cambiaba de
frecuencia el televisor, intentando encontrar algo mínimamente visible, y
entonces sonó mi teléfono:
—Bueno…
—Debby…
Hola, soy yo, el Pipián…
—Hola, ¿qué gusto? ¿Cómo estás?
—Bien… Más o menos… ¿Qué haces?
—Nada… Aquí en la casa viendo tele, ¿y tú?
—Nada… Aquí en la calle, afuera de tu depa.
Me levanté de golpe de la cama para asomarme por el balcón y ver si eran ciertas sus palabras. Mi silencio por supuesto lo hizo dudar.
—Perdón… Perdóname, no debí venir así…— y yo ya estaba asomada viéndolo cómo titubeaba frente a la puerta del edificio.
—No… No… Pérame, ahorita bajo a abrir.
—En serio, ¿no hay bronca?
—No, claro que no… Ahorita voy…
Colgué el teléfono y de inmediato bajé las escaleras para dejarlo pasar. Gracias a su mirada recordé que más de la mitad de mi piel estaba descubierta; entre la sorpresa y el apuro me olvidé por completo de mi atuendo: un top de licra-algodón color melón y unos shorts que casi cada cinco minutos desaparecían en medio de mis nalgas. Le pedí que caminara escaleras arriba delante de mí, aunque mi intención completa era seducirlo, quería hacerlo de una forma menos obvia.
Entramos al
departamento, él se veía nervioso, tímido, sin saber exactamente qué hacer o
qué decir. Cerré la puerta y le pedí que se sentara en la sala ofreciéndole
algo de tomar. De inmediato me aceptó un Vodka Tonic que serví junto con un ron
para acompañarlo. Mientras lo hacía pasó por mi mente pedirle que me esperara
cinco minutos para cambiarme de ropa, pero supuse que hacerlo lo incomodaría
aún más; de por sí creo que sentía que estaba invadiendo mi privacidad de una
manera abrupta, y sugerirle que en efecto había llegado a irrumpir en mi casa
podía llegar a ser fatal, así que opté por olvidarme del asunto y me senté a su
lado.
–Salud… Por
el gusto de verte, y de que estés aquí –le dije, rematando con una enorme
sonrisa, esperando romper la tensión que lo invadía.
–Salud… ¿En serio no te interrumpo? Qué pena, te lo juro.
–No, ya te dije que no… No estaba haciendo nada… ¿Qué no se nota? –respondí señalando mi vestimenta.
–Sí… Creo que sí… Pero no deja de darme pena.
–Mira, que si no me da pena a mí, que soy la que está vestida así, ¿a ti por qué? No pasa nada… Ahora que si quieres, me cambio, no hay bronca.
Me levanté y de inmediato me detuvo con una de sus manos.
–No, no… Si te sientes cómoda, por mi no hay bronca.
Volví a sonreír, y por fin el respondió de la misma manera.
–¿Y a qué debo el milagro?
–Pues… Es que andaba por aquí y… me acordé que me dijiste del sistema de cable que tienes… Y como mi primo ya me va a mandar la antena pues… quería ver si me dejas checarlo.
–¡Claro! Está conectado en mi recámara… Ven.
Me levanté
y el Pipían lo hizo detrás de mi. Podía sentir su mirada clavada en mi trasero
de la misma forma en que el short de nueva cuenta se había clavado en el centro
de mis nalgas. Caminamos a la recámara, se sentó en la cama y prendí la
televisión. Para mostrarle todas las funciones del satélite, tenía que sentarme
a su lado, sólo así iba a poder ver el control remoto y los botones para
manejarlo.
–Yo lo
tengo dividido en tres listados… Los canales de series, los de películas, y los
de documentales… Pero puedes hacer hasta 5 o 6 listas, dependiendo de lo que
quieras ver… Esta es la lista completa de todos los canales. En el listado de
películas yo incluí los pagos por evento.
–¿Todos los pagos por evento…? –sabía perfectamente el sentido de su pregunta. La primera vez que platicamos sobre el sistema de cable en la oficina, me preguntó abiertamente por los canales porno, y le respondí que estaban dentro de los pagos por evento.
–Sí…
todos… Mira, chéacalos… Con estas flechas te mueves hacia arriba o hacia abajo,
y cuando selecciones el canal que quieres ver, nada más le aprietas en el OK.
Le di el control
y lentamente empezó a mover el listado hacia abajo.
–Ah! Si quieres saber de qué trata la película o el programa, le aprietas en INFO y te aparece en marca de agua la sinopsis.
Asintió y me sonrío. Su dedo siguió pasando el listado de canales que por primera vez me pareció infinito, no veía la hora en que aparecieran en la pantalla los tres canales para adultos situados al final de los pagos por evento y por fin apareció el primer pago por evento, cuatro canales más y estaría en el sitio que seguramente estaba ansioso de encontrar.
–¿Cuánto dices que pagas?
–Por la instalación no sé, porque a mí me la cobraron con todo y la antena, pero es una anualidad de 2,500 por servicio y mantenimiento.
Asintió al momento que apareció ante sus ojos el título “Big Beautiful Breasts” en el canal XTASY.
–Puedes poner lo que tú quieras, ¿eh? El chiste es que veas bien la programación para que sepas si te conviene o no.
–Ajá… –y como si adivinara sus pensamientos su dedo pulgar apretó el OK.
De
inmediato en la pantalla apareció una rubia con unas tetas copa D que vestía un
unitardo de encaje, hincada sobre un sillón y acariciándose los senos ante la
cámara. El lente hacía acercamientos a sus pezones que estaban igual o más
erectos que los míos, perfectamente visibles a través del encaje de su
vestuario. En un zoom back una de sus manos empezó a bajar uno de los tirantes
de su atuendo dejando a la vista su seno derecho y de nuevo el lente hizo un
zoom in a su pezón mientras uno de sus dedos lo acariciaba alrededor.
–Yo tengo uno así. –El Pipían me volteó a ver sin comprender de qué hablaba –Sí, un leotardo como ese, de encaje negro, completo, ¿o qué entendiste?
–No… Nada…
Por su reacción me di cuenta que el timing de mi comentario obviamente hacía pensar que me refería a otra cosa.
–¡Ah! ¡Ya! Perdón, perdón… No, no me refería a… Me refería al leotardo… ¡Qué burra soy!
–Bueno, pero supongo que “lo otro” también es así, ¿no? –en esta ocasión sus ojos se desprendieron de la pantalla para ver directamente mis pezones, que se asomaban erectos a través de la tela.
–Bueno sí… De algún modo sí…
–¿Igual de grandes?
–Más o menos…
–¿Tienes frío…?
–No, ¿por qué?
Su respuesta me la dio señalando mis pezones.
–¡Ah! No… No están así por el frío…
Levantó sus cejas, sonrió y volvió a mirar la pantalla. La mujer ya se había descubierto ambos senos y estaba acompañada por un hombre desnudo y una mujer de cabello oscuro, con tetas igual de grandes que las de ella. El hombre estaba abriendo la ranura del leotardo entre sus piernas, mientras que la otra mujer lamía y chupaba sus senos haciéndola gemir. La escena, como muchas otras tantas, me hizo excitarme, pero la presencia del Pipían me inhibía para responderle a mi cuerpo como lo estaba pidiendo; lo más que pude hacer fue recargarme en la cabecera intentando salir de su rango visual para discretamente acariciar uno de mis senos por encima del top. Mi pezón estaba sumamente duro, ávido de ser chupado de la manera en que estaban chupando el de la mujer de la pantalla, y la cuenca entre mis piernas estaba tanto o más húmeda que la que el Pipían y yo veíamos en un big close up.
Conociendo mi temperamento sexual, sabía que de seguir viendo esas imágenes muy pronto iba a sucumbir y posiblemente me iba a importar poco que él me viera tocándome, por lo que decidí cerrar los ojos; pero los gemidos de los tres actores proyectaban imágenes en mi mente que seguían excitándome y hacían que sintiera no sólo mi mano sobre mi pezón, sino otra mano acariciando el otro.
–¿Haces esto muy seguido? –su voz me hizo abrir los ojos y descubrir que era él quien estaba jugando con el brote que sobresalía de mi pecho.
–¿Qué cosa…?
–Tocarte mientras ves una película porno…
–Sólo cuando tengo ganas.
–¿Y tienes muchas ganas ahorita?
–¿Tú que crees?
Sin responderme sus labios aprisionaron mi pezón sin deshacerse de mi blusa, chupándolo y presionándolo hasta hacerme gemir.
–Mmmm qué rico se siente… ¿te gusta?
–Me encanta…
Mientras sus labios seguían mamando de mi seno, su otra mano empezó a bajar el tirante de mi top en búsqueda del gemelo para por fin tomarlo entre sus dedos y jugar con él como quien mueve el botón de radio antiguo en búsqueda de la sintonía. Mis gemidos casi se confundían con los provenientes del televisor y mis senos estaban libres frente a su rostro siendo admirados por sus ojos y apretados por sus manos.
–¡Me encanta! ¡Me encantan tus chichotas! ¡Están grandotas! ¡Ricas!
De nuevo sus labios se abalanzaron dando pequeños mordiscos a los dos puntos firmes haciéndome mojar el centro de mis shorts. Sus manos acomodaron mis senos de tal forma que los dos pezones, duros y enrojecidos, quedaron juntos y pudo meterlos al mismo tiempo dentro de su boca, jugando con su lengua sobre ellos y excitándome aún más al sentir el roce de su barba. Su boca no podía dejar de chuparlos, sus manos de acariciarlos, los agarraba con ambas manos y los movía en distintas direcciones, acercando y alejando su boca y su rostro de ellos. En realidad tenía ganas de jugar con un par de tetas como las mías, y yo estaba feliz de ser la elegida.
El Pipían estaba recostado sobre mi cuerpo, y sobre mi vientre podía sentir la rigidez que estaba a punto de reventar sus pantalones. Mis manos empezaron a buscar la pretina para desabrocharla de una vez por todas y poderse colarse dentro del cierre. Mis dedos alcanzaron a sentir algunos puntos húmedos en su boxer; era el momento.
Delicadamente
lo hice recostarse sobre su espalda para quitarle los pantalones. Sus manos
intentaron bajar también sus boxers, pero lo detuve a tiempo.
–Sht sht…
No, señor… Usted quitecito, que aquí la que da las órdenes soy yo, ¿entendido?
Y como si
fuese un niño regañado, asintió y permaneció quieto sobre mi cama. Mi rostro se
inclinó sobre su vientre y mi lengua empezó a lamerlo camino a su entrepierna.
De vez en cuando mis ojos intentaban hacer contacto con los suyos, pero mi
deseo por llegar al centro de su cuerpo era mucho más grande que mi curiosidad
por ver si lo estaba disfrutando tanto como yo. Al llegar a sus boxers su
erección era completa, la fisonomía de su pene se dibujaba perfectamente bajo
la tela de algodón y mi nariz empezó la búsqueda de aquella punta desbordante
de miel transparente. Sin hacer uso de mis manos mi boca se introdujo por la
pequeña abertura al centro de la prenda y mis labios empezaron a tocarlo, a
sentirlo, a acariciarlo, en pequeños espasmos que sabía estaba gozando. Con
sumo cuidado mis dientes se asieron al resorte para bajarlo y dejar al
descubierto aquello que mi boca tanto anhelaba probar.
Por fin lo tenía frente a mí, recto, erecto, duro, apetecible, antojable, comestible… Mis lengüetazos iban desde el nacimiento de sus testículos hasta la punta que seguía escurriendo con su miel, subían y bajaban por distintas veredas en cada uno de sus recorridos. Uno de mis dedos no pudo resistir más la tentación y se posó justo en la punta para esparcir el néctar brotante sobre aquella delicada superficie. Entonces mis labios se apoderaron de ella, absorbieron la punta para succionarla un poco antes de volverse a abrir y continuar con la penetración oral. Con cada avance mi boca succionaba amoldándose a su tamaño y a su forma, sintiendo la deliciosa rigidez y deleitándome con el sabor de su piel. Mis labios subían y bajaban en el ritmo constante que sus gemidos marcaban; era delicioso, exquisito, tanto como para no dejarlo salir de mi boca en el resto de la tarde. Mis dedos se paseaban por sus muslos, mientras mis labios seguían con aquel delirante recorrido una y otra vez, hasta que sus manos se posaron en mi cabello para levantarme.
–Quiero que me hagas eso… –y su cabeza señaló la pantalla del televisor. Había estado tan concentrada en mi labor que me había olvidado por completo que no estábamos solos. La mujer que originalmente estaba vestida de negro se encontraba hincada frente al hombre con su pene entre sus senos.
–¿Una rusa…?
–Ajá…
Le sonreí
tratando de darle a entender que después del sexo oral, la rusa es lo que más
disfruto y más placer me da. Al igual que la mujer de la película me hinqué en
la orilla de la cama colocando su pene en medio de mis tetas y empecé a
acariciarlo con ellas. Sus manos se unieron a las mías, y nuestros ojos por fin
se encontraron.
–¿Te
gusta…? –me preguntó sin darse cuenta de mi sonrisa.
–Me encanta… Y si te vienes aquí, me volverías loca.
–Wow! No lo sabía.
–Bueno, ahora ya lo sabes.
–Pero no me quiero venir todavía… Quiero cojerte… Quiero cojerte por atrás y darte de nalgadas en esas nalgotas que tienes, y meter mis manos por debajo de tus brazos para agarrarte las chichis mientras te cojo.
–En el cajón hay condones.
Mientras mis manos seguían friccionando su pene con mis senos, una de las suyas abrió el cajón para sacar un preservativo. Se lo quité para ponérselo, quería que mis manos sintieran una vez más aquella rigidez que tanto necesitaba sentir dentro de mí.
Mirando de frente la televisión, el Pipían me penetró de una sola embestida haciéndome gemir.
–Estás muy caliente…
Empezó a mecerse cada vez más rápido llevándome más de una vez al éxtasis y haciéndome gritar sin importar quién me escuchara; lo único que me importaba en ese momento era sentirlo dentro, sentir su rigidez inundándose con mi néctar, entrando y saliendo sin parar mientras una de sus manos me daba nalgadas que provocaban todavía más placer. Tal como lo dijo, su otra mano se coló por debajo de uno de mis brazos queriendo alcanzar uno de mis senos para apretar mi pezón, provocando una nueva contracción que contagiaba el ritmo de su pene.
–Te quiero montar
–Ok.
–Pero no aquí… En la sala.
–¿En la sala?
–Sí… Ven…
Lo tomé de la mano y lo hice sentarse en uno de los sillones. Subí mis rodillas a los costados de sus muslos y lentamente mi vagina empezó a devorarlo. Sus manos se apoderaron de nuevo de mis senos y mientras él los besaba, mordía, acariciaba, besaba y mamaba, mi cadera subía y bajaba sobre sus muslos.
–¿No te da cosa que nos vean? Las persianas están abiertas.
–¿Quieres que las cierre?
–No, por mi no hay bronca.
–Por mí tampoco… Siempre he tenido la fantasía de hacer el amo frente a un ventanal y dejar que alguien me espíe, sin que yo me de cuenta… Así que tal vez tú estás haciendo mi fantasía realidad.
La
fricción entre mis piernas era cada vez más rápida y constante, sus manos ahora
marcaban el ritmo que debía llevar pues estaba a punto de explotar dentro de
mí, y así lo hizo. Una vez terminada la sesión, me dejé caer en sus brazos, sin
desmontarme de su mástil. Quería sentirlo un poco más dentro de mi pero sabía
que debía dejarlo ir, liberarlo de la húmeda prisión formada en medio de mis
piernas.
Me senté a
su lado sonriente, con esa sonrisa que sólo puede ser creada tras la
satisfacción que deja una buena cojida. Él me miraba como intentando adivinar
mis pensamientos.
–¿Quieres un cigarrito?
–Órale, va.